La vida de los niños y las familias han cambiado de un día para otro.
Dejaron de ir al colegio, de jugar en el parque, de visitar a los primos.
Los padres modificaron el estar en la oficina por trabajar en casa y atender a los hijos.
Hablar de nueva normalidad es igual a hablar de cambio en los diferentes aspectos del ser humano. Hay un cambio evidente en la realidad de las familias que genera nuevas formas de pensar, de sentir y de actuar, que a su vez crean situaciones poco fáciles dentro de la dinámica familiar.
El riesgo a contraer la enfermedad se convierte en uno de los elementos y, por lo tanto, se suma al temor de no ver a los amigos, al tener que compartir un mismo espacio todo el tiempo con papá y mamá, a sostener un ambiente favorable aun cuando haya presiones económicas y laborales en los padres y/o afrontar el duelo por la pérdida de un ser querido.
Este panorama ha creado un ambiente de angustia debido al aislamiento que hizo lo siguiente:
- Disminuyó notablemente la actividad física normal
- Aumentó el tiempo de exposición frente a las pantallas
- Se alteraron los patrones de sueño
- Hay un aumento en el número de accidentes domésticos y otros daños
- Se hacen evidentes episodios de agresividad
- Hay poco interés por cosas que antes parecían importantes, como cumplir con las tareas de la escuela.
Sin duda alguna, los grupos más vulnerables son el personal sanitario, los ancianos y los niños y las niñas, entre otros. En el caso de los niños y adolescentes han perdido sus rutinas (tan importantes en su desarrollo), así como la convivencia con los amigos que genera la magia del juego y el contacto con los abuelos y familiares.
Principales cambios para niños y padres de familia
- Los papás están enfrentando el cuidado de los hijos todo el tiempo, lo que significa una nueva forma de estar.
- El asistir al colegio es una necesidad física y emocional, el no hacerlo hace que la disciplina se distraiga, se genere una presión académica diferente y actividades deportivas o culturales no se realicen de la misma forma. Al mismo tiempo, que los papás se sienten presionados por sus avances en el trabajo y por la necesidad de acompañar a los hijos que se encuentran con gran presión académica y una disciplina distendida.
- Disminuye el acceso a redes de apoyo y protección que están fuera de la casa, es decir, abuelos, tíos, primos y amigos muy cercanos que apoyan a los papás en el cuidado de los hijos.
- Hay un aumento en el acceso a redes sociales electrónicas que están fuera del control de los padres en muchas ocasiones o simplemente no imaginan los avances y alcances que pueden tener las redes.
La conjunción de estos elementos produce un efecto de “olla a presión”, que puede dar paso a malos tratos y violencia dentro del hogar en familias que nunca habían tenido esa dinámica.
Como consecuencia, la doctora Valerie Jeanneret, psiquiatra infantil de Clínica Alemana, explica: “Muchas de estas cosas hacen que los niños estén con mucha menos capacidad de liberar la energía habitual que tienen, la tensión que están acumulando y, en general, puede aparecer un aumento de irritabilidad, de hiperactividad, de impulsividad, y de ansiedad”, detalla la doctora.
Efectos del confinamiento
- Pérdida en la capacidad de concentración
- Mayor sensación de soledad
- Mayor estrés para las madres que genera menos paciencia
- Las mujeres han estado más expuestas a la violencia de género y, por tanto, los hijos e hijas son testigos de esta violencia.
- Aunque este tiempo ha favorecido el acercamiento entre padres e hijos también ha podido acrecentar conflictos intrafamiliares ya existentes.
- Los niños y niñas han estado más indefensos e invisibles ante la violencia intrafamiliar y el abuso sexual. No han podido pedir ayuda y ni profesores ni servicios sociales ni la comunidad en general han podido detectar la situación de violencia que vivían.
Puntos a considerar en casa
- Resulta indispensable crear medios de expresión a través de conversaciones en familia para saber qué piensan y sienten.
- Ofrecer información directa sobre la pandemia, sin crear miedo o angustia.
- Aprender a escucharlos, no sólo por lo que dicen, sino observar sus movimientos.
- Sostener ciertas rutinas ya que los horarios ayudan mucho. Por ejemplo, tener una pizarra u hoja visible para que los niños conozcan sus responsabilidades y horarios.
- Tener sesiones lúdicas. El juego es un motor de expresión, liberador de estrés y facilitador de las relaciones. No sólo para los niños, sino para padres e hijos.
- Realizar actividades en familia que antes no se hacían por la presión del tiempo: cocinar, bailar, crear actividades.
Ponlo en la pizarra
- Hablar de todas tus emociones. Crear un momento para que todos puedan decir lo que sienten. Así sea con preguntas dirigidas como son:
- ¿Qué es lo que más te gusta de esta situación?
- ¿Qué te gustaría recuperar y que extrañas?
- ¿Qué has descubierto de ti en esta época?
- ¿Qué deseas que se quede?
El propósito no es crear caos sino opciones de explorar las emociones. No se trata de una cuestión privada, de avergonzarnos o sentirnos mal. Es poder abrir nuestro corazón, compartir, hablar y hacerlo en familia, donde nos podemos sentir seguros y amados.
Sin duda, son los padres quienes pueden poner en marcha esta situación porque deben tener presente que el bienestar de sus hijos e hijas pasa por el bienestar de sus progenitores. Cuanto mejor estén las madres y los padres, de mayor calidad serán los cuidados que dispensen a sus hijos e hijas. Y esto significa poder crear conversaciones de lo que nos gusta y también de lo que nos gusta poco; poder darle la oportunidad a todos de decir lo que nos produce alegría de la misma forma que lo que nos produce angustia o temor.
Fecha de publicación: 25-07-2020